Las dulces torturas del amor by Jorge Becerra

Las dulces torturas del amor by Jorge Becerra

autor:Jorge Becerra
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Romántico
publicado: 2007-08-30T22:00:00+00:00


20

Al medio día, Gabriel habló con sus padres; les dijo que a pocos días de su graduación quería concluir una importante tarea en su vida sentimental, pues no quería irse a la capital sin saber si el amor que desde hace meses sentía por Ana Luisa era correspondido o no. Les comunicó su resolución de ir a una nueva entrevista en casa de las señoras Ludeña, y les dijo que al igual que las veces pasadas, también esta iría acompañado de Vicente; les confirmó la honestidad y pureza de sus sentimientos y añadió que pese a su juventud, se sentía responsable de sus actos y que este y el de su inminente graduación tenían en su justa medida, la importancia que debían tener en su vida. Sus padres le conocían bien y porque confiaban en él, le auguraron la mejor de las suertes. A las cinco en punto se encontró a la salida del colegio con Vicente, que se dirigía a él con una esperanza que se reflejaba en la firmeza de sus pasos, el movimiento de sus brazos y lo erguido de su mentón; semejaba un soldado que marchaba al campo de batalla dispuesto a vencer o morir. ¿Listo?, preguntó el maestro, ¡listo!, respondió el discípulo, dicho lo cual tomaron la primera de las calles que les conducirían a lo que ellos esperaban que fuese el combate final por su felicidad. No fue necesario ningún cruce de ideas entre los dos, porque ambos estaban dispuestos a disparar hasta la última bala, y sabían a cabalidad lo que debían decir y hasta el tono en que lo dirían. Esta vez no se iban a dejar sorprender por los argumentos de las mujeres, ni habría desmayos y desvanecimientos que les perturbasen y, si los había, pues que se desvanecieran y se desmayasen las señoras, si así lo querían. No caminaban, marchaban con aires marciales, tarareando las notas que las bandas del ejército entonaban en las paradas militares; en las esquinas, hacían las conversiones y giros como los soldados reclutas en los patios de los cuarteles. Las gentes que les miraban y reconocían, porque eran personajes públicos, se extrañaban de la manera de marchar de los hasta hace pocos días coordinadores del más solemne evento realizado en la provincia en los últimos cincuenta años; pero ni las miradas de las gentes del pueblo, ni las salutaciones que de cuando en cuando les dirigían algunos conocidos lograban sustraerles de la incontenible marcha. Habían recorrido once de las diecisiete cuadras que hay entre su colegio y la casa de las muchachas y, mientras calculaban que las cuatro mujeres debían estar llegando y abriendo la puerta, e imaginaban que, desconocedoras que sus libertadores iban en camino, subían las gradas, se dirigían a sus habitaciones, dejaban a un lado sus libros y cuadernos y se disponían a hacer las tareas domésticas rutinarias, de pronto, la voz de Leticia, ¡Gabriel, Vicente!, les sacó de sus imaginaciones e interrumpió de improviso la indetenible marcha.

-¡Deténganse!, no pueden continuar, les



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